El rostro es el espejo del alma

Por Fray Pablo Iribarren Pascal

Buenas Noches.

Ha trascurrido más de mes y medio y todavía no olvido el rostro de una mujer que vi en fotografía, llamémosla, María de los Dolores. Fue en mi primera salida y servicio en este tiempo de pandemia. No podía dejar de atender una petición ante una necesidad urgente. María había fallecido y realizábamos con su familia un rito sagrado de despedida, antes de que fuera entregada al seno de la tierra. Una larga enfermedad acabó con su vida. Su rostro quedó grabado en mi memoria.
Considero que la vida y en particular algunas situaciones fuertes de alegrías, de olvidos, de abusos, de sufrimientos que se han prolongado en la historia de las persona, dejan huellas, signos en su rostro, de tal modo, que su faz se convierte en un libro abierto para los lectores que se asoman a él, en especial, para personas que han recibido alguna orientación específica para el estudio del rostro humano.

Hoy día se está desarrollando una ciencia que se encarga de la “observación e interpretación de los rasgos faciales de la persona”, a fin de conocer su historia de fortalezas y debilidades, impulsando más y más las primeras y robusteciendo las segundas. Con ello se puede lograr unas relaciones más sanas en la familia, en la sociedad y en el trabajo. Algunos escritores le dan a esta ciencia el nombre de Morfopsicología: “lectura del rostro humano”.

Los estudiosos de esta ciencia se fijan en los elementos que forman nuestro rostro: cejas, párpados, ojos, pómulos, labios, nariz, y en las formas diversas de la cara: ovalada, larga, redonda, etc. y a cada uno de estos elementos y formas del rostro le dan un determinado sentido. Considero que este estudio conlleva también la observación de las huellas que el paso del tiempo va dejando en el rostro con sus hechos de vida, emociones…

Salgo al paso de lo que pudieran pensar por lo que escribo: no soy ningún experto en esta materia ni he cursado estudios específicos sobre el rostro humano, ni pretendo dar lección alguna. Lo que yo sé en esta cuestión, es lo que ustedes saben también: primero, el ser humano, la vida recibida de nuestros padres y antepasado, el ADN; una herencia psico-física que nos registra como seres de una familia, de una raza con sus propios genes y rasgos físicos, psicológicos y, en segundo lugar, lo que aportamos nosotros, nuestra historia de vida personal, familiar, social; cuanto se refiere a la educación, medio ambiente, economía, recursos y relaciones sociales; los hechos sufridos, gozados que recibimos; abusos y cuidados desde nuestra más tierna edad, juventud, relaciones; conducta, matrimonio, trabajo, triunfos y fracasos; un sinfín de emociones vividas en nuestra historia personal… Ese soy yo y el proceso ha dejado, sin duda, huellas en mi rostro y posibilidades de superación mientras viva en el tiempo.

Volviendo a la Sra. María Dolores, dos palabras sobre el recuerdo que dejó en mí su fotografía: vi un rostro cargado de años, arado por el tiempo y quizá, por una vida muy limitada de recursos, quizá de afectos también; mucha soledad; enfermedades, ¿abusos?… Y, sin embargo, descubrí, brotando desde más allá, de lo profundo del rostro, una luminosidad misteriosa que lo envolvía y dibujaba en su faz una tenue sonrisa, que interpreté como un signo de esperanza en una vida nueva como, sin duda, fue su fe. Y di gracias por haberla conocido y me alegré.

Se dice y repite y no falta razón: “El rostro, la cara, la faz es espejo del alma”. Mirémonos con alguna frecuencia en el espejo.

Fray Pablo, OP