Meditar con las Sagradas Escrituras

Por Fray Pablo Iribarren Pascal, OP

Buenas Noches.

“Cuando estoy acostado pienso en ti,/ y durante la noche en ti medito,/ pues tú fuiste un refugio para mí/ y me alegré a las sombras de tus alas;/ mi alma se estrecha a ti con fuerte abrazo/ encontrando su apoyo en tu derecha (Salmo 63,7-9).

Así, con gran belleza literaria, con preciosas metáforas e inmensa ternura escribe, recita y canta el salmista a Yavé-Dios; en definitiva, el salmista, piensa, medita y pone su confianza en Dios, manantial de la vida, como lo expresa el escritor sagrado del Apocalipsis: “El río del agua que da la vida, reluciente como el cristal, que brotaba de Dios y del Cordero” (Ap 22,1-7).

Orar es alabar a Dios, bendecir su santo nombre, dar gracias con un corazón noble, pedir perdón por nuestros olvidos, descuidos y ofensas. Son diversas las oraciones, desde el Padre Nuestro que enseñó Jesús a sus discípulos, pasando por las plegarias oficiales que la Iglesia recita en las celebraciones litúrgicas sacramentales, hasta la sencilla plegaria que recitan mis labios y mi corazón, o el corazón y labios de ustedes, ante una necesidad o agradecimiento a Dios; ya lo hagamos en persona, en familia o en reunión litúrgica. Lo que genera gracia, es la oración que se hace consciente, con el corazón, porque, de lo contrario, no pasa de ser una acción rutinaria.

Considero haber logrado, en mis últimas Buenas Noches dominicales, sin haberlo pretendido, un taller básico de introducción al conocimiento y estudio de la Biblia o Sagradas Escrituras. Son de gran interés los temas que he expuesto con sencillez, y considero, asequible para ustedes, mis lectores; sin embargo, me atrevo a decir, que, por encima de dichos conocimientos muy útiles, está lo que descubro en el hermoso texto con que inicio hoy las Buenas Noches; el salmista piensa, medita en un Dios a quien ama, confía y se recrea en él: “Mi alma, escribe, se estrecha a ti con fuerte abrazo”; la versión de la Biblia de Jerusalén, dice: “mi alma se aprieta contra ti”. A esta actitud orante, llamo meditación.

Entiendo por meditar, a un entrar en unión espiritual personal con Dios, con mente y corazón; un reflexionar sincero, humilde y profundo en actitud de escucha a lo que Dios quiere y me dice a través de un texto, de un pasaje de Bíblico. ¡Qué acertado fue el título de aquella edición de la Biblia que se tituló: “Dios habla hoy” ¡Qué importante es hacer de la Biblia la inspiradora y fuente de mi meditación diaria! Esa fue la práctica de Jesús. De día y de noche Jesús se retiraba al monte, a lugares solitarios y entraba en comunión con el Dios que había conocido en su tradición y en la bíblica (A.T.).

La meditación exige soledad, silencio, acción personal. Aunque nos reunamos varios a meditar inspirados por una lectura bíblica, no puede faltar el momento personal. La meditación requiere trabajo personal; no me puedo conformar con acuerdos grupales tomados en el compartir de una lectura bíblica, cosa buena por otra parte. La meditación es una relación personal entre Dios y yo. Si actúo en la meditación con sencillez y humildad a la escucha de su palabra y voluntad, Dios me irá guiando hasta el abrazo entrañable con él.

Leía en estos días pasados el libro del Apocalipsis y escuché que me decía. “Estoy a la puerta y llamo y el que me abra, entraré y cenaré con él”. Llegar a ese estado de meditación se le dice contemplación; estado espiritual en el que ya cesó, la reflexión, el raciocinio y se entró en el silencio gozoso, en el abrazo de Dios, en “cena” con Él.

El contenido de la meditación de Jesús tenía su base en las Sagradas Escrituras, en el Dios de Israel, creador de cuanto existe, el Dios de sus padres en la fe y en la esperanza. María y José, en su trabajo deformador de Jesús, le orientaron hacia la Biblia (A.T), al Dios de Abraham, con quien hizo una Alianza; al Dios de Moisés que le acompañó en la gesta de la liberación del pueblo de la esclavitud y con quien renovó la Alianza: “Yo seré tu Dios tu será mi Pueblo….”-

Estas expresiones bíblicas, tan vivas, emergen de mi memoria la escena de una película que vi, hará unos treinta y cinco o cuarenta años, sobre Santa Teresa de Jesús, quien al recibir el Sagrado Pan de la Eucaristía, entró en un estado espiritual tan intenso, que se derrumbó por los suelos, embriagada toda ella. Sentí en ese momento, que el gozo interior espiritual de la Santa fue tan intenso, que desbordó sobre su condición sico-física, venciendo todas sus fortalezas al entrar en comunión mística con su amor Cristo-Dios.

Viene también a mi recuerdo la experiencia que narra el Apóstol Pablo, hombre de acción y de meditación intensa en el Dios Encarnado, Jesucristo, presente en las Sagradas Escrituras, aunque en ese tiempo no estaban escritas (N.T.), pero se conocían por la tradición oral, escribe: “de cierto creyente (en Cristo), que hace catorce años fue arrebatado hasta el tercer cielo. Si fue con el cuerpo o fuera del cuerpo, lo sabe Dios. Y sé que ese hombre, sea con cuerpo o fuera del cuerpo, no lo sé, lo sabe Dios, fue arrebatado al paraíso, donde oyó palabras que no se pueden decir: son cosas que el hombre no sabría expresar” (2Cor 12, 2-4).

Sean las Sagradas Escrituras, desde el hoy y sus circunstancias, la fuente primaria de nuestra oración consciente y meditación; y en ellas preguntémonos: ¿qué dice el texto? seguida de la pregunta ¿qué me dice este texto o página? Y, por último, ¿qué voy hacer en mí y hacia los demás?, antes invocando al Espíritu Santo. A este modo, un tanto abreviado, se le dice: Lectio Divina. Practiquémoslo en grupo y a solas y frecuentemente.

Fray Pablo, OP