Jesús ante la enfermedad

Por Fray Pablo Iribarren Pascal, OP

Buenas Noches.

“Yo quiero estar con los enfermos, a pesar del peligro de contagio; me cuidaré”, escuche decir a cierto doctor en este tiempo de pandemia, “además es mi responsabilidad”. Esta expresión me trajo a la mente al Maestro Jesús, el Médico Divino, como he escuchado decir a muchas personas en su sencillez y desde una fe sólida y confiada.

Todo el mes pasado y durante el presente, la liturgia, en sus celebraciones diarias, nos ha ofrecido la lectura y meditación diaria del Evangelio de Marcos, quien nos presenta un Jesús-Cristo humano, compasivo, tierno y misericordioso con hombres y mujeres, y con los niños también: “Dejen que los niños se acerquen a mi ¿Por qué se lo impiden? El Reino de Dios es para los que se parecen a los niños” (Mc 10,14), aclaró en cierta ocasión.
Deseo este día destacar la cercanía fuerte, tierna, física y eficaz de Jesús con los enfermos: el joven epiléptico a quien toma de la mano, lo levanta y se lo entrega a su padre, que le ha pedido la salud de su hijo y fortalezca en su fe débil (Mc 9, 24); el ciego de Betsaida a quien Jesús, lo unge con su saliva y recobran la vista sus ojos (cf Mc 8, 22 y ss): el sordomudo a quien Jesús le introduce sus dedos en los oídos y toca lengua del tartamudo con su saliva destrabándose lengua y oídos (Mc 7,31 y ss). Impresionante el encuentro y confrontación intercultural de Jesús con la mujer siro-fenicia y, el resultado, la sanación de la hija afectada de un espíritu malo (Mc 7,24 y ss).
Pero, entre todos los enfermos, por las circunstancias que nos ha tocado vivir estos meses y el año del Covd-19, resalto del Divino Médico, permítanme que lo haga, el suceso que ha estado presente en mi mente y corazón, en el silencio de mi estudio y meditación, desde el sábado, y en mi boca, compartiendo la palabra, a cuantos me escucharon el día de hoy; me refiero a la sanación de un leproso, enfermedad muy contagiosa en la antigüedad.
La curación del leproso la visualizo desde el texto del Levítico en el que Dios habla a Moisés y a Aarón diciéndoles: “el enfermo de lepra traerá la ropa descosida, la cabeza descubierta, se cubrirá la boca e irá gritando ¡Estoy contaminado¡! ¡Soy impuro!… Vivirá sólo, fuera del campamento, y cuantos lo toquen quedarán impuros a su vez (cf Lev 13, 1-2; 44-46).
A luz de estas normas, que tenía el antiguo pueblo de Israel, leo y medito el texto de Marcos que relata la curación de cierto leproso, que se acercó a Jesús e hincado en tierra, le dijo: “Si tú quieres puedes curarme”. Jesús se compadeció de él, y extendiendo la mano, y quizá, abrazándolo con amor, lo tocó y le dijo: “Si quiero: sana y quedó limpio” (Mc 1,40 y ss). Y Jesús, con esa actitud amorosa y expresiva hacia el leproso incurrió en impureza legal, contaminado. Y, desde entonces, Jesús no podía ya entrar abiertamente en la ciudad, sino que se quedaba fuera, en lugares solitarios, lo cual no fue obstáculo para que las gentes lo buscaran y acudieran a él de todas partes” (cf Mc 1, 40-45).
Jesús arriesga su salud, se distancia de la vida social y familiar, se margina en cierto modo de la familia, como hacen en este tiempo de pandemia médicos, enfermeras, camilleros, doctoras y el sin número de gentes que atienden y se desviven por sus enfermos de Covid-19, en centros hospitalarios y en familias ¡Cuántas familias han tenido a sus enfermos en la casa hasta la muerte del ser querido, contaminándose y muriéndose a veces también! ¡Cuánto heroísmo se ha vivido y se está viviendo hoy por la pandemia! Nunca podremos agradecer debidamente la entrega incondicional de profesionales de la salud física y espiritual a tantos contaminados y fallecidos.

Mantengamos la confianza en Jesús-Cristo, que acompaña el trabajo de los profesionales de la medicina en todos los órdenes y asiste con su presencia amorosa, tierna y eficaz a los enfermos y familias; Jesucristo está entre, en ustedes y con ustedes. Él sabe del dolor, de cuidados, de afecto, de compasión de misericordia; tocaba a los enfermos, los tomaba de la mano y los levantaba. Jesús-Cristo no abandona. Señor aumenta mi fe.

Fray Pablo, OP