Felipe Arizmendi, desde el 25 de octubre 2020, es Cardenal de la Iglesia Católica. No creo que él esperara tal distinción, más bien, “fue sorpresa”, como lo declaró él mismo, y, para mí, también fue sorpresa, pues había perdido ya las esperanzas que tuve en el pasado. Digo esto, dado cierto presentimiento y hasta el deseo que tuve, de que el Papa Francisco, lo nombrara cardenal con anterioridad.
Tuve tal sueño y esperanza, pues fui testigo de la vida de Mons. Felipe y de su celo por la predicación del Evangelio: oral, escrita, radio y en otros medios de comunicación y espacios; en todo tiempo y lugar predicó al pueblo y a sus gobernantes. Creó la emisora de Radio Tepeyac de la Diócesis de San Cristóbal de las Casas y a su sombra nacieron tres o cuatro emisoras más de predicación en la Diócesis. Su amor, entrega y fidelidad a la Iglesia; su paciencia, tolerancia y comprensión ante sus adversarios, junto con su prudencia y sabiduría, fueron el camino, a mi modo de ver, que le llevó al cardenalato.
Mons. Felipe, fue obispo de la Diócesis de San Cristóbal de las Casas, desde el año 2000, digno sucesor de Samuel Ruiz y del primer obispo de Chiapas, Fray Bartolomé de Las Casas, por la defensa de los derechos de la personas, de los pueblos y sus culturas; no faltó quien lo calificara: “un hombre de avanzada en las cuestiones sociales”.
Conocí a Mons. Felipe en el año 2005, poco después de mi regreso de una ausencia de diez años de la Diócesis; años en que caminé y serví en tierras oaxaqueñas y centroamericanas. Fui nombrado, poco después de mi regreso a la Diócesis, Vicario Episcopal de la Zona Centro, servicio en el que permanecí hasta julio de 2017, en que el Mons. Felipe Arizmendi se retiró, como obispo emérito, a su pueblo natal en misión sacerdotal.
El servicio pastoral de un obispo y en concreto de Mons. Felipe, al frente de una diócesis o Iglesia Particular, es complejo, dadas las múltiplex relaciones en las que se ve inmerso y ocupado. En primer lugar, por su entrega a los creyentes, al Pueblo de Dios y sus sacerdotes, religiosas/os, diáconos y las visitas de servicio a las zonas pastorales. La atención al Seminario Mayor –fue reconstructor del Seminario de la Diócesis, que bendijo el Papa Francisco en su visita a Chiapas en febrero del 2016-; la relación con otras confesiones religiosas y con las autoridades civiles y gobiernos, para las cuales siempre tuvo una palabra Don Felipe.
En este asunto de relaciones de los obispos, no hay que olvidar la relación con el Papa y los organismos de la Curia Romana. En este campo, las preocupaciones pastorales de Mons. Felipe y los desvelos en su función de obispo de la Diócesis de San Cristóbal de las Casas, tuvo mucho que ver su relación con cierto organismo de la Curia Romana por la cuestión del Ministerio del Diaconado en la Diócesis.
La Diócesis de San Cristóbal puso gran interés por el Diaconado Permanente, aprobado en el Vaticano II, y, desde el año de 1972, comenzó un proceso, por las mismas necesidades pastorales de servicio al Pueblo de Dios, de formación y ordenación de Diáconos Permanentes casados, de tal modo, que, para el año 2000, la Diócesis tenía un número de diácono, en particular entre los pueblos originarios, sumamente numeroso, posiblemente unos doscientos noventa.
Una de las primeras acciones que enfatizó Mons. Felipe fue, ordenar nuevos diáconos en el servicio de las comunidades tseltales, ch’oles, tojolabales y tsotsiles, como venía haciéndose con anterioridad; incrementado su número viendo la eficacia de este ministerio en las comunidades y respondiendo a las solicitudes de las mismas, cuidando su formación adecuada.
Ciertos temores, fruto de informes poco objetivos y de razones eclesiales, despertaron en el Vaticano, en la Congregación encargada de la Ordenación Diaconal, hizo que se prohibiera a la Diócesis y en concreto a Mons. Felipe, la ordenación de más diáconos. La actitud de Don Felipe fue razonable, y saliendo al paso a dicha suspensión, aclaró el proyecto diaconal de la Diócesis de San Cristóbal de Las Casas, su alcance, las necesidades de las comunidades y, con actitud sincera y respetuosa, aceptó la ordenación emanada, en definitiva, del Papa. Esto sucedió por el año dos o tres mil.
Pasando días y años y Mons. Felipe siguió insistiendo, ante el Vaticano, la necesidad de que fuera levantada dicha suspensión y se le permitiera a la Diócesis, seguir con el programa diaconal ante las necesidades del Pueblo de Dios. En una visita muy personal al Papa, Mons. Felipe, junto con su obispo auxiliar, Mons. Enrique Ruiz, en diálogo sincero y confiado, logró que el Papa Francisco comprendiera la línea pastoral de la Diócesis y la urgencia para la misma del ministerio diaconal, y se levantó la prohibición.
Quizá, para ciertas personas, estas tiranteces, suspensiones e insistencias, “oportunas e inoportunas”, les llevan pensar, que las relaciones de Don Felipe y Roma pudieran estar a la baja. Por el contrario, considero yo, que al Papa Francisco, ante esta actitud firme y respetuosa de Mons. Felipe, le llevaron a pensar, que el obispo emérito, Felipe Arizmendi, es persona en que se puede confiar, dado su amor y entrega a la Iglesia, y lo eligió como uno de sus consejeros cercanos, dándole el servicio de Cardenal de la Iglesia, diciéndole: “Deseo que tu vocación a la que el Señor te llama te haga crecer en humildad y espíritu de Servicio…”
Para muchos cristobalenses y mexicanos y para la Iglesia en México, y también para mí, el nombramiento de cardenal, a Mons. Felipe Arizmendi, ha significado un honor y un reconocimiento a su compromiso con la verdad, la justicia, y honra de la Iglesia en México. Felicidades, cardenal, Mons. Felipe.