Días después de la resurrección

Buenas Noches
Diversas, descubro, las reacciones de las discípulas de Jesús ante el acontecimiento Pascual: Muerte y Vida Nueva de Jesucristo, y todavía mayor diversidad descubro, en los discípulos: desesperanza, “¿de qué vienen hablando tan llenos de tristeza”, les dice Jesús; “agobiados por la tristeza”, escribe Marcos; “incredulidad” y “llenos de temor”, escribe Lucas; “turbación”, sentimientos encontrados: asombro, gozo, temor… En las mujeres, encuentro más seguridad, más fe y fortaleza espiritual: “las mujeres después de escuchar las palabras del ángel, se alejaron del sepulcro, a toda prisa, y llenas de temor y alegría, corrieron a dar la noticia a los discípulos” y “ellos no les creyeron”, hasta fue necesario una corrección del Maestro: “¡Qué insensatos de corazón son ustedes y qué duros para creer todo lo anunciado por los profetas¡” Y, por otra parte, comprensión: “No teman: soy yo ¿Por qué se espantan? ¿Por qué surgen dudas en su interior?… Soy yo en persona”. Y “no acababan de creer de pura alegría”.
Este estado de incertidumbre, dudas, temores, inseguridades, sentimientos de fracaso y alegría, tuvo su cenit en Tomás ¿qué tiempo duro? No tengo respuesta, fue algo muy personal. En las mujeres, se dio más apertura, disponibilidad, así lo dan entender los textos del evangelio, el afecto, receptibilidad a la gracia divina, la intuición femenina hizo que vencieran dudas y temores. En cambio, en los hombres, por su condición más racionalista (no tanto racional), les fue más costoso. Con esta distinción no quiero que interpreten quien es más ni quien es menos. En el fondo de esta cuestión está la Fe, don de Dios y la disponibilidad humana.
Dos relatos del evangelio, acerca de las apariciones de Jesús, que meditamos en la Octava de Pascua, me han llamado la atención: los dos discípulos de Emaús (Lc 24,13-35), uno de ellos llamado Cleofás. Ambos caminan cabizbajos, tristes, abatidos por la desilusión, el sentimiento de fracaso ante las ilusiones que se habían forjado con Jesús de Nazaret, con el Proyecto del Reino que domina en su corazón, se dirigen a la aldea Emaús.
Cierto caminante extraño, no lo reconocen, se les acerca en actitud amistosa y de escucha. Les pregunta por su decaimiento y tristeza. Abren su corazón al desconocido, quien les explica con sencillez lo sucedido y aduce el testimonio de sus profetas y sus padres, las Escrituras… La escucha al forastero, hace que su corazón recobre paulatinamente la paz y hasta comienza aclarárseles la mente y a comprender lo sucedido en Jerusalén “sobre Jesús de Nazaret”. Ellos mismos lo confiesan, diciendo: “Con razón nuestro corazón ardía, mientras nos hablaba por el camino”. De tal modo, que, llegada la noche, deciden descansar y cuando el extraño intenta proseguir el camino le dicen: Amigo, “quédate con nosotros, porque ya es tarde y pronto va a obscurecer”.
Y, el extraño o forastero, “entró para quedarse con ellos, y cuando estaban a la mesa, tomó pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio”. En la acción del forastero reconocieron a Jesús vivo, vencedor de la muerte y del mal, el Jesús Misericordioso.
Donde se da convivencia sana, comida fraterna y amor solidario, ahí está Jesús de Nazaret. En el caminar de los discípulos hacia Emaús de dio la Eucaristía, se actualizó la Santa Cena, con la proclamación y meditación de las Escrituras y el partir el Pan; Santa Misa celebrada de camino. Sea la Eucaristía nuestra fortaleza, hacia ella converja nuestra vida y quehaceres y desde ella vivamos nuestros triunfos y fracasos, nuestra salud y enfermedad, la vida.
No resisto a evocar otra escena evangélica que he vivido, también intensa y eucarísticamente, en este tiempo de Pascua-Muerte-Resurrección de Cristo. Me refiero a la escena que describe el escritor y evangelista San Juan (21,1-14): Pedro, con seis de sus compañeros pescadores, regresan a su trabajo malhumorados, decaídos. Han pasado la noche, amaneció y regresan con la barca vacía, sin estrenar las redes. Aparece lo inesperado: desde la orilla, alguien que los mira con amor, les grita: “Muchachos ¿han pescado algo? “No” responden, y el observador, les dice: “Echen la red a la orilla de la barca”. Así lo hicieron, y luego, no podían jalar la red por tantos pescados”. Juan, el que tanto amaba a Jesús, le dice a Pedro: “Es el Señor”, y Pedro deja la barca y va hacia Jesús.
El detalle maravilloso: Jesús recibe a sus discípulos con el almuerzo listo sobre las brasas: Pan y pescado. Les pide que traigan unos pescados más, él puso lo suyo, su persona, pero se necesita la colaboración de ellos. Se sientan y de nuevo Jesús retoma su gesto característico: toma el Pan y lo reparte y también el pescado. ¿Estamos de nuevo ante, no digo, la Santa Cena, o el Santo Desayuno o Almuerzo? FELICES PASCUAS DE NUEVO, EN EL DOMINGO DE LA MISERICORDIA.
Fray Pablo o.p., 7 de abril 2024