Un sueño hecho realidad

Por Fray Pablo Iribarren Pascal, OP

Buenas Noches.

Un sueño que anidaba en los profundo de ser, desde hace bastantes años, que tuvo su origen en la década de los ochenta del siglo pasado, se hizo realidad el día de ayer, 17 de abril de 2021, con la visita, convivencia y celebración de la fe en Jesucristo resucitado, a la aldea del P’íj, o paraje, como se le conoce a las pequeñas aldeas que surgen en el municipio de Zinacantán.

Signos de este sueño, están registros en notas, que, con alguna frecuencia, acostumbro a tomar, c de acontecimientos de vida y, en particular, de visitas de trabajo pastoral, que he venido haciendo a lo largo de mis años de servicio. De este caso, tengo tres notas que escribí, una en la década de los ochenta del siglo pasado y otras dos o tres de los presentes dos mil, reseñas de visitas pastorales a la comunidad Yalentay, cercana al P’ij, “el sabio”, el astuto, el inteligente, en tzotzil…
En dichas visitas a Yalentay me informaron que, en el paraje el P’ij no existía una comunidad católica, y, en consecuencia, consideré que tenían derecho a conocer en plenitud el misterio de Cristo Salvador, restaurador del género humano; dicho con expresión de su tradición cultural religiosa y con fuerte expresividad, en su lengua tzotzil: “Jmanvanej Jtojvanej” (1Cor,7,23); Cristo Jesús, muerto y resucitado, restaurador de la relación amigable del creador con la criatura humana y de estas entre sí. De mi parte, animaba a los creyentes de Yalentay a realizar lo que leía el día de hoy en la liturgia dominiocal: “Que el Mesías tenía que padecer y había de resucitar de entre los muertos al tercer día. Y que en su nombre se había de predicar a todas las naciones (también al Píj)…, la necesidad de volverse a Dios para el perdón de los pecados” (Lc. 24,35-48).
A principios del año pasado me comunicaron que ya había surgido una pequeña comunidad de creyentes en Jesús conforme a la tradición católica y, como sucedió en los o tres primeros siglos de la Iglesia, el lugar de reunión era la casa de una familia, que acogía a los creyentes, bajo el cuidado y dirección del padre o madre de la familia, que animados por el Espíritu Santo, orientaba en la fe en Jesús Salvador.
Los mismos creyentes, con pobrezas y limitaciones, pero con gran espíritu de fraterna solidaridad, se esforzaron por levantar su iglesia-capilla, según el estilo arquitectónico que viene prevaleciendo en cierto sector de la sociedad zinacanteca; espacio, muy luminoso por cierto, de instrucción religiosa y celebración comunitaria de su fe.
Después de muchas invitaciones, me fue posible acceder, con gran satisfacción, a la invitación que me hacían para celebrar en su comunidad la fe, el amor fraterno y la esperanza, hecha realidad por la acción del Espíritu de Jesús y la predicación de la Palabra de Dios. Participé, con profunda alegría, en la celebración del misterio de la Eucaristía, compartiendo el Pan de Vida y la Bebida de Salvación, eje de una vida cristina auténtica, con la comunidad, junto con mis hermanos en religión. En dicha Eucaristía, celebraron su amor de esposos y padres, el sacramento del matrimonio, matrimonio del que ser sirvió el Espíritu para sembrar la Iglesia de Jesús en el paraje el P’ij. Siguió una grata convivencia en torno a la mesa.

La capilla en honor al Divino Redentor “Jmanvanej Jtolvanet”, este es su título, se convirtió en espacio de luz, música y bellas y abundantes flores, y la Gracia de Dios, lo llenaba todo.

Fray Pablo, OP