Bautizados en el Espíritu

Buenas Noches.

Pasado el tiempo de Navidad e iniciado el año nuevo, me sorprendió la liturgia dominical con un relato evangélico, que meditaba esta mañana a la luz de mi fe, acerca de un profeta, maestro sabio y austero en su estilo de vida; vestido con una túnica tejida de pelos de camello, ceñido su cuerpo con un cinturón de cuero y sandalias en sus pies –“Juan es su nombre”- que exhorta a los oyentes a vivir en dignidad, pureza interior, justicia y solidaridad en las relaciones consigo y con los demás, al tiempo que bañaba con las aguas del río Jordán, a quienes aceptaban su palabra.

Muchas personas se acercaban a él. Entre ellas descubrió a alguien a quien presentó a los que le rodeaban, diciendo: Este es de quien yo he dicho: “El que viene después de mí, tiene precedencia sobre mí, porque ya existía antes que yo. Yo no lo conocía, pero he venido a bautizar con agua, para que él sea dado a conocer a Israel”.

Entonces Juan dio este testimonio: “Vi al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y posarse sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: “Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu Santo, ése es el que ha de bautizar con el Espíritu Santo. Pues bien, yo lo vi y doy testimonio de que éste es el Hijo de Dios”.

Juan da testimonio de lo que vio y sintió de es ser misterioso y lo dice como lo siente, con sencillez de maestro sabio: él viene después de él, sin embargo, le precede en el tiempo y en gracia y sabiduría, pues existía con anterioridad a él. Juan reconoce la grandeza de ese ser misterioso, Jesús, profeta grande, de quien él es mensajero, precursor y facilitador de su trabajo. Juan no es un profeta pagado de sí mismo, más bien manifiesta desapego, de maestro pasa a ser discípulo, reconoce su identidad.

Acertadamente, el Papa Francisco en su saludo esta mañana, dijo al pueblo reunido en la plaza de San Pedro: “Juan sabe hacerse a un lado, se retira de la escena para dejar sitio a Jesús”, no ata las personas a sí mismo, las deja caminar en su libertad. El Jesús niño y débil y necesitado de mil cuidados de la Navidad, hoy se le mira iniciando su misión, seguro de sí mismo confiado en el Padre y animado por el Espíritu.

Juan el Bautista, como es su apelativo, vio descender del cielo y posarse sobre Jesús al Espíritu Santo y da testimonio de ello, y escuchó además la voz del Padre que decía “este es mi Hijo muy amado, escúchenlo”. Juan reconoce que ha sido enviado a bautizar con agua, simbolizando la pureza de corazón de quien reconoce sus errores y los desecha. Y por otra parte sabe también y así lo afirma, que Jesús bautizará “con el Espíritu Santo”.

Esta expresión me condujo a pensar en el signo sacramental del bautismo que recibí un día, por cierto muy frío del mes de enero; reflexioné y me dije, “fuiste bautizado en el Espíritu Santo y sin duda recibí su fortaleza, su gracia y considero, que me ha acompañado en la vida hasta el día de hoy, lo que me ha llevado a permanecer firme, a pesar de las muchas tentaciones, en mi vocación y misión”. Si el Espíritu Santo es fortaleza en la debilidad, consuelo en la tristeza y depresiones, sabiduría la hora de tomar decisiones…

El bautismo del Espíritu Santo y en el agua, significando la Vida Nueva (donde hay agua, hay vida, dice la antigua sentencia) de hijos de Dios en la Paternidad Divina, ingreso como miembros de la gran familia en la Iglesia cristiana y católica, en consecuencia, hermano de muchísimos hermanos/as, a quienes debo unas relación fraterna, en la que prevalezca el amor solidario, la justicia y el trato en la verdad, extensivo a toda la creación, en particular a la naturaleza, nuestra casa común, que tanto abusamos de ella.

Invito, mis queridos lectores y lectoras, a llevar nuestro pensamiento al signo sacramental de nuestro Bautismo y cómo nos hemos dejado guiar y acompañar por el Espíritu y, en el caso de que no lo hayan recibido, piénselo, estudien, por favor, su significado. Seamos testigos de la verdad que nos hace libres.

Fray Pablo o.p. 15 de enero 2023.