De visita en Guanajuato

Buenas Noches.

Muy agradecido a la comunidad dominicana de Santo Domingo de Querétaro, con la que pasé un par de días o tres, que, en un gesto más de generosidad hacia un servidor, el lunes pasado, 23 de enero, me puso en camino a León Guanajuato, en compañía de fray Alejandro, hermano en religión.

Atravesamos extensas tierras llanas, abrasadas de sol, en las que los nopales y otras especies de cactus, sobrellevan el calor gracias a su capacidad de retención agua y diversos nutrientes. Otras inmensas planadas, alegran la visión, merced a las aguas del subsuelo, regadío, y se desbordan en una gran variedad de granos, semillas y verduras alimenticias de toda clase. Causa emoción el potencial de estas tierras, a muchas de ellas, me atrevo a calificar de tierras vírgenes, tierras hoy liecas que algún día darán su fruto para bien de la humanidad. Evoqué la escena bíblica del joven Tobías en su matrimonio con la bella Sara, su esposa, que juntos elevaron su acción de gracias: Señor, Dios de nuestros padres, que te bendigan el cielo y la tierra, el mar, las fuentes, los ríos que dispusiste para el bienestar de todas tus criaturas (cf. Tob. 8, 5-11).

Llegó el momento, en que la interminable planicie tomó rumbo a hacia una cordillera y en particular, hacia una montaña empinada, que se destacaba por su altitud, que le hizo exclamar a mi compañero: El Cubilete. El Cerro de Cristo Rey. Nos fuimos acercando paulatinamente a él, y, al fin, ascendimos la montaña, en carro. No me sentí con vigor para ascender paso a paso hasta la cumbre como lo hacían en esos momentos peregrinos de todas las edades. Pensé que sería una acción temeraria, pues, en ese momento, me faltaban apenas dos días para completar los 90 años.

Al pie de la gran figura de Cristo Rey, de 20 metros, en bronce, expresión de la fe sólida y consciente del pueblo creyente mexicano, los humildes de la tierra, los que cumplen los mandamientos de Dios, que practican la justicia y buscan la humildad desde su más remota antigüedad; un pueblo que quiso expresar y heredar su fe a la posteridad por siglos, con un proyecto que se inició en la década del veinte años de siglo pasado y se llevó a plenitud en el año 1950, inaugurándose el11 de diciembre. Bajo los pies de tan excelsa figura de Jesús permanecí en silencio, bañado por el agua divina y amorosa que sale del corazón tierno y amoroso de Cristo Rey, Señor de la misericordia y bondad… Y me acordé de ustedes.

Descendimos por la cara norte de la montaña rumbo a Guanajuato por una bajada suave, carretera turística y delicadamente empedrada, sobre los cerros resecos y la vegetación dominante y típica de estos estados centrales de la República, azotados en estos días por el crimen organizado, que se enfrenta con violencia y muerte entre sí por el control de estas regiones. Estas tierras en tiempos pasados escondían, y todavía esconden, gran riqueza de mineral de plata; trabajo de minería, que tanto sufrimiento y muerte ocasionó a sus habitantes originarios y advenedizos en los siglos pasados. Testimonio de estos trabajos, son las oquedades en la tierra, herida y bañada del sudor humano, cuando no de la sangre, aparece algún pequeño poblado con ruinas de las antiguas instalaciones mineras.

Alcanzamos un pueblo, conocido como La Valenciana, que desde el siglo XVI, creció sobre una mina de la que recibió el nombre, que en la actualidad se sigue explotando. Es un pueblo muy original en su geografía, construido sobre la ladera de una montaña y sobre hondas vertientes. Hubo un tiempo, los años de 1760, en que esta mina alcanzó tales niveles de producción, que ella sola, producía más que todas otras minas juntas. Me contaron, que plata de esta mina se invirtió en el actual Santuario de Santiago de Compostela. Gran parte de los mineros participó en la toma de la Alhondiga de Granaditas, suceso significativo de la Guerra de la Independencia, por el año 1810. Considero que hoy día la mina está bajo la Cooperativa Santa Fe de Guanajuato.

Sin tomar conciencia del límite de la villa o pueblo, La Valenciana, entra uno en la ciudad de Guanajuato, ciudad colgada de la montaña y que se prolonga en una pequeña hondonada, capital del Estado que lleva su nombre. Ciudad de una originalidad tan particular que la hacen joya y aliciente del turismo mundial y nacional, declarada Tesoro de la Humanidad, con una universidad de las más prestigiadas de la República. Ciudad sagrada por sus templos y sin duda por la fe de sus habitantes. Con gozo y descanso, en nuestra breve estancia en la ciudad, tuvimos momentos para adentrarnos en sus templos y orar en la penumbra y silencio de los mismos. Aunque Dios está en todas partes, se deja sentir con más sensibilidad en ellos.

No puedo entretenerme en narrarles con detalle las maravillas incomparables de la ciudad de Guanajuato, pues necesitaría de tiempo y espacio. Les invito, a que cuando puedan, la visiten, la gocen en toda su belleza, armonía, tradiciones, en una palabra, su riqueza cultural.

Con el tiempo adecuado alcanzamos, León Guanajuato, ciudad eminentemente industrial y moderna. Nos trajo a León, al convento de Nuestra Señora de Fátima, el retiro espiritual al que fuimos invitados, bajo la dirección del fraile dominico, Dr. Fray Manuel Ángel Martínez, quien nos guio por el camino de Jesús a la perfección cristiana, bajo la luz del Apóstol Pablo y la palabra del mismo: “Tengan entre ustedes los mismos sentimientos de Cristo Jesús” ( Fil 2, 5), a través de la oración meditación, santidad, obediencia, humildad, misericordia y práctica de vida y entrar en su amistad en el seguimiento de Jesucristo, viviendo, digo yo, en el espíritu de Las Bienaventuranzas, que han de animar nuestra vida y acción.

Fray Pablo o.p