Los sentidos del texto de la Biblia

Por Fray Pablo Iribarren Pascal, OP

Buenas Noches.

Inicio hoy mi Buenas Noches activando el recuerdo de la apertura del Concilio Vaticano II, por “el Papa Bueno”, Roncalli, Juan XXIII, el 11 de octubre de 1962, Concilio que impulsó la renovación de la Iglesia y le dio nuevos bríos en la transmisión del Evangelio a un mundo impregnado por la cultura del consumo, la indiferencia religiosa, el hedonismo…, enfatizando su función evangelizadora y pastoral.

Permítanme una palabra más sobre el Papa Juan XXIII. Su nombre de pila fue Angelo Giuseppe Roncalli, nacido en Italia el 25 de noviembre de 1881; miembro de una familia numerosa, siendo el cuarto de catorce hermanos, hijo de Giovanni y Mariana Giulia, cristianos de fe sólida en el Dios de la vida y en la caridad hacia los más necesitados; de ellos aprendió Roncalli el amor por los marginados de la sociedad. Fue elegido papa el 28 de octubre de 1958. Se le recuerda a Juan XXIII con el cariñoso apelativo: “el Papa Bueno”.

El Papa Juan XXIII anunció la convocatoria al Vaticano II, el 25 de enero de 1959, Concilio que se vivió con sentido ecuménico, siendo invitados, con carácter de observadores, miembros de diversos credos: islam, hebreo, budista, creyentes de los pueblos originarios de América, y otros miembros de las iglesias llamadas cristianas: ortodoxos, protestantes, anglicanos, metodistas, evangélicos, etc. con el deseo de generar un ambiente más propicio para continuar los diálogos haca la unidad en el espíritu de Jesús: “Padre que todos sea uno” (Jn 17).

Traigo a colación el tema del Concilio Vaticano II, dado que en él se trabajó el tema de las Fuentes de la Revelación de Dios, desde los tiempos antiguos por medio de los profetas y en nuestros tiempos, que son los últimos, por su enviado Jesucristo (cf Hb i,1); revelación que se canaliza en la Tradición oral y escrita de las Sagradas Escrituras. El Concilio nos legó un documento llamado, “Dei Verbum”, Palabra de Dios, tema que vengo desarrollando en mis últimos Buenas Noches.

Hoy deseo exponer los sentidos del texto de la Biblia o Sagrada Escritura, y, a este respecto, cito el documento conciliar a la letra:

“… la Sagrada Escritura debe leerse e interpretarse con el mismo Espíritu con que fue escrita; para descubrir el sentido de los textos sagrados hay que considerar con mucha atención el contenido y la unidad de toda la Escritura, la Tradición viva de la Iglesia y la analogía de la Fe” (DV12).

La iglesia posee una rica tradición en la interpretación de los libros sagrados –la Biblia-y de indagar el sentido de texto, la inició el mismo Jesucristo en su predicación (cf Mt 22,41-46), de quien aprendieron los Apóstoles y sus sucesores los Padres Apostólicos, los concilios y sínodos de la comunidad eclesial, los Santos Padres y doctores con sus comunidades, quienes leyeron la Escritura “con el mismo Espíritu con que fue escrita” (DV 12,3), y descubrieron por obra del Espíritu, que un mismo texto tiene diversos sentidos.
La tradición cristiana los ha reducido a dos: sentido literal y sentido espiritual (cf. Pontificia Comisión Bíblica). El sentido literal, es el que reflejan las mismas palabras que usa el autor humano en su escrito bíblico, por ejemplo: Abraham llevando a su hijo Isaac a la montaña para ofrecerlo en sacrificio es el sentido literal del texto, lo que el autor dice verbalmente. Los exégetas le dicen también sentido verbal, sentido llano, sentido que estaba en la intención del escritor humano; sentido obvio, sentido histórico. En definitiva, el que quiso el autor divino, el Espíritu Santo, que impulsó y asistió al escritor. El sentido literal es el sentido significado por las palabras de la Escritura (Catecismo de la Iglesia católica).
Para descubrir este sentido literal es preciso tomar en cuenta referencias históricas, arqueológicas, estudios sociológicos, antropológicos y en particular todo lo referente al género literario del escritor, que puede ser narrador, poeta, escritor apocalíptico, profeta… Cada escrito humano anuncia, enseña, reprende y expresa la verdad revelada con su estilo propio. Santo Tomás de Aquino dice que el sentido literal engloba todos los demás sentidos (S. Th. I, 1,10. Ad. I).
El sentido espiritual surge en el seno de la Tradición cristiana cuando la comunidad y sus pastores; los Santos Padres y obispos, bajo la asistencia de Espíritu, leen los escritos sagrados a la luz del misterio del Cristo Pascual y de la Iglesia, y descubren, a más del sentido literal del texto un sentido espiritual. Es el caso del joven Isaac (cf Ex 22), subiendo a la montaña cargado con la leña para su sacrificio, la Tradición de la iglesia descubre a Cristo –ofrenda- subiendo al monte cargado con la cruz. Igualmente, en el paso de Israel atravesando el mar Rojo (Ex14,5 y ss.) camino a la liberación, los Santos Padres, ven al nuevo Pueblo de Dios purificado, salvado por las Aguas bautismales.

Este sentido espiritual que la Tradición descubre bajo el sentido literal, le llaman los Santos Padres: sentido místico, misterio… En el medioevo los escritores hablaron del sentido espiritual y así lo hace el Catecismo de la Iglesia; habla de tres sentidos derivados del sentido espiritual:

A) Sentido alegórico: “Podemos adquirir una comprensión más profunda de los acontecimientos reconociendo su significación en Cristo, así, el paso del mar Rojo es un signo de la victoria de Cristo y por ello del Bautismo (cf 1 Cor 10,2)”. En mis estudios de Sagrada Escritura, recuerdo al profesor, Maximiliano Cordero, hombre de gran sensibilidad exegética, que decía, “el corazón del Antiguo Testamento es Cristo anunciado y esperado y el Nuevo Testamento es la realización Histórica de Cristo con todo su corazón”.

B) El sentido moral. “Los acontecimientos narrados en la Escritura pueden conducirnos a un obrar justo” (Mt 2514-30). (1Cor 10.11: cf Hb. 3-4,11).

C) El sentido anagógico. “Podemos ver realidades y acontecimientos en su significación eterna, que nos conduce (en griego: “anagoge” hacia nuestra Patria. Así, la Iglesia en la tierra es signo de la Jerusalén celeste” (cf Ap 21,1-22.5).

Confío en su comprensión mis estimados amigos.

Fray Pablo, OP