La lucha por la emancipación femenina.

Buenas Noches.

Destejer, de mi parte, sin prisas, el libro de la escritora, Irene Vallejo, titulado, “El infinito en un junco”, al que Laura Freixas, crítica literaria y escritora, califica como, “La historia de los libros, el alfabeto, las bibliotecas… contada con erudición y amenidad, sentido del humor y elegancia, haciendo paralelismos con el presente”, lo vengo haciendo desde hace un mes con agrado.

En dicho libro, la autora, en el capítulo titulado, “Tejedoras de historias”, pormenoriza la lucha que mujeres de la antigüedad confrontaron a la sociedad, a intelectuales y escritores de su tiempo por la emancipación de la mujer, sus derechos a la libertad, al poder y, muy en especial, el derecho al estudio, la lectura y a escribir y publicar sus obras. En definitiva, el derecho también a la maternidad espiritual, intelectual, docente…

Al ubicar mis comentarios en la ‘antigüedad’, me refiero en particular a los siglos VII al IV a. de C. y en concreto en la sociedad ateniense (Atenas, Grecia), cuna de las doctrinas democráticas y en donde surgió la reflexión filosófica y la normativa ético-socio-político con las figuras inmortales de Platón, Aristóteles, Sócrates y antecesores.

Como ejemplo de esta exclusión y silenciamiento de la mujer en la historia, cita el pasaje de la Odisea, poema épico griego (s.VIII a. C.), tribuido a Homero, cuando el adolescente Telémaco mandó callar a su madre, que había tomado la palabra en asamblea del pueblo, alegando que la voz de la mujer, no debe ser escuchada en público, pues “la palabra debe ser cosa de hombres”- Por desgracia esta actitud del joven tuvo acogida aprobatoria de la asamblea.

Demócrito (s. V al IV a. C.) filósofo ateniense, defensor de la democracia, considerado como “el padre de la física” o “el padre de la ciencia moderna”, fundador del atomismo, redundó en la misma postura en cuanto a la mujer se refiere, limitando su dignidad y derechos; fue un hombre de su tiempo y cultura al aceptar con sus contemporáneos, “que la mujer no se ejercite en el hablar, pues eso es terrible”, su mejor adorno es el silencio ante el público.

Irene Vallejo hurga en su búsqueda de escritoras de tiempos muy anteriores a la cultura ateniense y comparte en su libro un hallazgo halagüeño a mi oído y, sin duda, al de ustedes, y escribe: El primer escritor que se conoce, que dejara estampada su firma en su libro, fue una mujer y lo hizo mil quinientos años antes de que Homero escribiera la Odisea, llamada Enheduanna, “adorno del cielo”, poeta y sacerdotisa mayor, Hija de Sargón I de Acad (s. XXIII a.C.), que escribió, sobre tablillas de arcilla: “Los Himnos de los templos sumerios” e “Himnos a Inanna” (Luna), divinidad de la guerra y del amor, su protectora, y revela su proceso creativo: “La diosa lunar, dice, visita su hogar a medianoche y le ayuda a “concebir” nuevos poemas, “dando nacimiento” a versos que respiran; vivió en los años 2285 a 2250 a. c.). Escribir se concibe ‘como dar a luz’.

También hubo, en tiempos más cercanos, otros lugares, Anatolia, región montañosa de Asís Menor, hoy parte de Turquía, donde las restricciones a la mujer no fueron tan estrictas y las niñas y jovencitas y aún, mujeres maduras, en particular del sector dominante y pudiente, recibían, digamos, educación escolar; escribe Vallejo, “que ciertos investigadores pretenden descubrir en la zona los últimos rescoldos de un matriarcado perdido”.

En la isla griega de Rodas, de cultura y domino de Grecia, se dio el momento de una joven mujer, llamada Eumetis, “la de buena inteligencia”, conocida con el sobrenombre de Cleobulina, (550 años a. C.) por ser hija de Cleóbulo, uno de los siete sabios de Grecia, que gobernó Rodas. Sócrates evoca un cuento de los Siete Sabios que apunta a que la humildad es la madre de la sabiduría. Cleobulina, poeta citada por Aristóteles y su Poética y por Plutarco en el Banquete, escribió un libro de acertijos de poesía y fue aceptada en los círculos intelectuales de su época, aunque no faltaron burlas por su condición de mujer.

Safo de Mitilene, del siglo VII al VI a. C., poetisa griega, Platón la catalogó como “la décima musa”, se conocen algunos de sus poemas, aunque la mayor parte de su obra se perdió. La Biblioteca de Alejandría conservaba nueve de sus escritos. Casada con un rico comerciante griego que falleció muy pronto. Compuso el Himno en honor a Afrodita, diosa del Panteón Griego.Safo, conocida también, como Safo de Lesbos, creó una especie de centro escolar, llamada, “Casa de las servidoras de las Musas”, al que acudían muchas jóvenes, con edad casadera para que se familiarizaran con los diversos trabajos de la vida de hogar; enseñaba en un marco poético musical, literario y la lira era su instrumento musical favorito. Vivían en común y se aceptaba en ellas ciertas libertades de tipo sexual.

No hace falta decir que Safo, en su momento, contribuyó a cierta liberación femenina en aquel medio en que vivían las mujeres atenienses, sin libertades, limitadas a la vida de hogar, sin competición deportiva alguna ni vida social.

No faltaron en aquellos tiempos otros medios y momentos en que a través del teatro, al que eran sumamente aficionados los griegos, con la escenificación de los géneros literarios: comedia y tragedia –Medea de Eurípides en especial-, el reclamó de la mujer a sus derechos, en este caso, a través de personajes femeninos y coros, representados por hombres, aunque los frutos se vinieron retrasando tiempos largos, que alcanzan hasta nuestros días.

Mi intención al escribir Buenas Noches el día de hoy, evocando por segunda vez el libro de Irene Vallejos, “El infinito en un Junco”, he querido resaltar la contribución de la autora a la lucha por la emancipación femenina, dentro de la gran variedad temática que ofrece su libro.

Fray Pablo o.p.