Obligan a los pobres a venderse; por un par de sandalias los compran

Buenas Noches.

Desde anoche, pensando en ti, mi estimado lector y lectora, vengo meditando unos pasajes de la Biblia (biblioteca), mi libro de cabecera, es decir, de lectura y meditación diaria, que, aunque escrito hace miles de años, reviste una gran actualidad por sus contenidos y maravillosas enseñanzas.

El día de hoy, al abrir la Biblia me encontré con el libro del profeta Amós, pastor y productor de higos, de un poblado llamado Tecoa, poblado situado a unos kilómetros de Belén, en el país de Judá, hoy Palestina.

Amos, pastor, persona en general no muy instruidas en aquellos tiempos, sin embargo, por sus escritos se descubre como hombre sabio, observador, hombre de conciencia social, consciente de la realidad de pobreza y explotación que vive gran parte de su pueblo, abrumado por un sistema económico que generaba pobreza, exclusión, servidumbre y esclavitud. Cualquier semejanza con el sistema imperante el día de hoy no es pura casualidad.

El pasaje del escritor Amós con el que me encontré a mi meditación nocturna es breve y lacerante; lo transcribo, pues, quizá no tengan algunos/as de ustedes este libro a mano, repito es uno de los 73 libros que componen la Biblia católica. Dice así:

“Escuchen esto los que buscan al pobre sólo para arruinarlo y andan diciendo: «¿Cuándo pasará el descanso del primer día del mes para vender nuestro trigo, y el descanso del sábado para reabrir nuestros graneros?». Disminuyen las medidas, aumentan los precios, alteran las balanzas, obligan a los pobres a venderse; por un par de sandalias los compran y hasta venden el salvado como trigo. El Señor, gloria de Israel, lo ha jurado: «No olvidaré jamás ninguna de estas acciones» (Am 8,4-7).

En la religión de Israel y en su cultura, tanto en día primero de cada ‘mes´ (periodo lunar) como el día sábado eran días festivos, de descanso total, dedicados a la práctica religiosa y deberes hacia Yahvé-Dios, al culto divino, con la oración, ofrendas, estudio, comunidad y familia, por lo cual, negocios, comercios, asuntos económicos de todo tipo, estaban prohibidos. En consecuencia algunas personas dedicadas a estos trabajos esperaban ansiosamente el término de los mismos para retomar sus negocios y correspondientes ganancias.

El profeta denuncia el corazón hipócrita de comerciantes ambiciosos que observan fielmente la Ley, su religiosidad por una parte, y su escondida y desmedida ambición de riqueza por otra, explotando a los pobres en forma inmisericorde, obteniendo ganancias injustas y reduciendo a los pobres a la miseria y hasta la esclavitud ante las deudas impagables que contraían personas y familias por su pobreza. Terribles las denuncias del profeta: “… obligan a los pobres a venderse; por un par de sandalias los compran…”. La esclavitud en aquel entonces estaba en la base de la economía familiar y social.

Decía en párrafos anteriores, que cualquier semejanza con lo que sucede actualmente no es pura casualidad, pues hoy abunda la pobreza; difieren las estadísticas respecto a la pobreza existente en México; la pobreza alcanza en el país al 43% de la población y la pobreza extrema al 8%; hay familias sin el alimentos necesario, pasan el día con hambre y en la noche les acompaña también. A la hambruna se unen otras necesidades también importantes: rezago educativo, servicios de salud, seguridad social, calidad de vivienda con altos porcentajes también. Escribía cierto profesor, doctor y escritor universitario: “Tengo un diploma universitario y una computadora, lo que significa que soy miembro del gremio selecto del 1% de la humanidad que goza de estos dos privilegios”.

Se dan abusos en los precios de artículos necesarios para la vida diaria, bajos sueldos, ausencia de trabajo estable; en el campo la pobreza compaña a los sin tierra, y la baja producción por las inclemencias del tiempo a gran parte de ellos y carecen de los medios adecuados de cultivo más avanzadas para mejorar su producción, etc, etc.

El sistema económico que padecemos, por la notables diferencias de remuneración que encierra el sistema productivo en su proceso, desde el propietario o sociedad productora al consumidor, por nombrar sólo algunos: inversionista, técnico de diseño, administrativos, obreros, transporte y otras varias especialidades que intervienen, resulta en parte un sistema generador de pobreza y alto costo para el consumidor. Esto sin contar la corrupción en que a veces se ve envuelto el mismo proceso.

Mis lectoras y lectores ha llegado el momento de concluir mi exposición y me uno a la denuncia del profeta Amos, de hipocresía, ambición, corrupción y explotación que padece nuestra sociedad y el sistema económico que nos rige, dado el acaparamiento de los recursos y la ambición y avaricia de muchos corazones que sólo piensan en sí mismos y en el aumento de sus capitales: el dios dinero que sustituye al Dios de la vida, de la justicia, de la compasión. Mis lecturas nocturnas y mañaneras concluyeron con aquellas palabras del Maestro de Nazaret: “No podéis servir a Dios y al dinero”, “sin alterar, digo yo, el orden que Dios ha dispuesto para vivir con dignidad”. La avaricia es un costal sin fondo, evitémosla, por el contrario, brillemos en generosidad.

Fray Pablo o.p. 18 de septiembre 2022.