Ingresar en la Orden de Predicadores

Buenas Noches.

Pleno de gozosa esperanza, llegué a noche al convento en San Cristóbal. En la mañana del sábado concluí el servicio, que, el domingo pasado, me llevó al “Desierto” de Agua Viva, digo desierto, no por la arena, soledad, sol abrasador de día y frío intenso en la noche, pues, en cuestión geográfica, es todo lo contario: montaña dulce, tibia, bosque, lluvia abundante, aves, variedad de animalitos, diversidad de insectos…; todo lo contario del desierto del que la gente vio salir a Juan Bautista, el Precursor, del que habla El Libro Sagrado; el profeta ayunador, de sandalias y ceñidor de cuero, de chamarro de pelo de camello: “La Voz que clama en el desierto”, dice el escritor sagrado; profeta en vida y palabra, que llama al silencio interior, a la conversión del corazón. El profeta que anuncia la cercanía del Mesías de Dios, Jesús de Nazaret, el esperado del pueblo.

En ese ambiente de soledad, silencio, espacio ecológico físico y espiritual, en reflexión profunda, oración y trabajo, acompañé a un grupo de once jóvenes, entre 20 y 32 años, en la toma de decisión al seguimiento del Maestro Jesús, conforme al estilo de Santo Domingo de Guzmán -Orden de Predicadores. En breves días, Dios mediante, harán su profesión libre y consciente de Vida Consagrada a la predicación del Evangelio. Llevan un año de noviciado, que culmina con el retiro de seis días, que acompañé, en oración y estudio.

En verdad, es extraño, y motivo de alegría por otro escuchar noticia tan halagüeña y ser testigo de ella, en esta sociedad propensa al consumo, al dinero y al poder, al prestigio y ansias de gozar en hombres y mujeres; jóvenes de sano juicio y recta intención, que abandonan esos caminos, en sí buenos, llevados con moderación, y toman la decisión de optar por la vida en pobreza, castidad y obediencia, libre de ataduras humanas, con la confianza puesta en Dios, bien supremo, y en sí mismos.

Hablé y reflexionamos en grupo y en forma personal de una vida consagrada, austera, de personas disponibles al servicio, itinerantes, que van a donde la dirección y coordinación del grupo lo considera necesario, dedicados a la predicación del Evangelio en sus diversas formas; enviados a múltiples y variados espacios: sociales, políticos, económicos, religiosos, intelectuales; a ricos y pobres; a humildes, excluidos y marginados; pobladores de ciudad y de aldeas; migrantes y originarios, a razas y culturas.

Les decimos frailes, hermanos, enviados a la predicación desde y por una determinada comunidad en la que oran, estudian, contemplan el misterio de Dios, de la naturaleza, de ser humano, comparten alimentos y recreación, amistad, vida comunitaria, en la que todas las cosas se tienen en común y todos dan su servicio y trabajo; comunidad en que todos son importantes; comunidad fraterna que se construye cada día con la colaboración personal en todos. Fui insistente en este punto: el bienestar, armonía, paz, ambiente de oración y estudio y trabajo, convivencia fraterna, etc. etc., depende de mí, y ese “de mí”, somos todos y cada uno, como sucede en una familia sana.

Es importante, insistía, en que la vida dominica mantenga comunión con sus orígenes e inspiración en sus mayores, padres y madres, sus maestros en fe y religión, y en particular, con la inspiración que tuvo su creador – año 1216- y que ha alimentado hasta nuestros días, Domingo de Guzmán, quien pleno de un espíritu apostólico llevó la Constitución de la misma, nomas y estatutos, al Papa Honorio III, quien dio la aprobación. Domingo de Guzmán, se inspiró en la comunidad apostólica de Jesús y sus discípulos y discípulas y en el sentir y modo de las primeras comunidades cristianas, que permanecían firmes en el estudio de la Palabra de Dios, la oración común, en la Fracción del Pan y comunidad de bienes en orden a la predicación y testimonio de vida.

Ingresar en la Orden de Predicadores, es ingresar en una gran familia, integrada por las monjas de clausura, vida en monasterio –oración, estudio, contemplación-, frailes dominicos, fraternidades laicales de jóvenes y adultos y religiosas de vida activa, toda ella animada por la contemplación y se proyecta en la predicación: “Contemplar y entregar los contemplado”: la verdad que hace personas libres.

Fray Pablo o.p.