Transfigurarnos en un ser divino

Buenas Noches.

En mí reflexión y meditación mañanera, en la soledad, silencio y retiro de mi habitación, pensé en ustedes, bajo el texto evangélico de la Transfiguración de Jesús en la Montaña (Mt 17,1-9). Les comparto, que me hubiera gustado hacerlo como lo hizo Él, Maestro Divino, en el desierto o en lo alto del monte, como lo hacía de ordinario, y en particular, cuando se proponía tomar alguna decisión, en la que estuviera comprometido su proyecto de vida, la vida misma, su vida, como lo expresó en forma misteriosa a sus discípulos, al final de la escena de la transfiguración: “Guarden silencio “de lo que han visto hasta que Hijo del Hombre haya resucitado de entre los muertos (v. 11). Jesús hombre de oración digno de ser imitado.

Esta escena de la transfiguración de Jesús, desde el punto de vista literario, es una teofanía, una manifestación de Dios, descrita con figuras del Antiguo Testamento, que los autores sagrados utilizaron para expresar una presencia especial de Dios: la nube del relato evoca la nube que protegía al pueblo de Dios en su camino bajo el sol abrasador del desierto y, durante la noche, era luz que iluminaba su camino; el rostro de Jesús resplandeciente como el sol nos recuerda a Moisés, al descenso de la montaña, donde había visto y hablado con Dios cara a cara, “como un amigo con otro amigo”, y su rostro brillaba de tal manera, que deslumbraba a quien lo miraba; las dos figuras con sus carismas, Moisés y Elías, son los dones de Guía, Pastor y Profeta que brillan en Cristo Jesús. La misma montaña donde se realiza el acontecimiento, está en consonancia con el sentir de hombres y mujeres de todos los tiempos con lo Divino. Por último, evoca sobretodo la glorificación futura de Cristo, después de haber pasado por el desapego total como Abraham (Ge 12,1-4) y el sufrimiento del que habla Pablo a Timoteo (Tm, 1,8-10) por la predicación, a más de la traición, su muerte y resurrección. La transfiguración es una escena pos Pascual.

En el Monte Tabor se revela lo que de ordinario, los hombres y mujeres de su tiempo, no vieron a Jesús en angustias de muerte en el Getsemaní, con su grito en la cruz: “Padre, por qué me has abandonado”; aunque las personas más cercanas a Él por el amor que le tuvieron: la Magdalena, el ciego de nacimiento, la mujer siro fenicia y otras y otros varios que recibieron su amor saludable, presintieron en Jesús: su condición y ser Divino; eso es lo que se descubre en el Tabor. Y, por si nos quedara alguna duda sobre el verdadero ser e identidad de Jesús, se escucharon en esta escena del monte las palabras del Eterno: “Este es mi Hijo muy amado, en el que se goza mi corazón; escúchenlo” (v.5). En el monte Tabor apareció: Jesús el Divino, el Santo, la Palabra eterna y creadora del Padre, el principio y fin de todo lo creado, la Divinidad.

Desde el inicio de este tiempo cuaresmal, camino en el deseo y ejercicio de conocerme más y mejor a mí mismo. Hoy, les comparto con sencillez, con la meditación de este pasaje, he dado un paso más en este proceso de conocimiento y me afirmo en él, conforme avanzo en edad con el estudio, la oración, la meditación y vida con espíritu solidario de creyente. Y sintiéndome con mayor claridad, me digo: Soy también un ser divino, aunque sin duda sería más acertado decir, me esfuerzo diariamente por ser divino, e intento que desaparezcan en mí las sombras que todavía descubro y me reafirmo más y más en lo divino que descubro en mí. A este ser interior, el Maestro Eckhart, llamaba “chispa divina, existente en lo más hondo de mí”, decía.

Hoy me animo a mí mismo a seguir en este proceso de crecimiento de mi verdadera identidad humano divina, por gracia, y también les invito a ustedes con humildad, lectoras y lectores a iniciar, si no lo han hecho todavía, este proceso de crecimiento o bien, a continuarlo si ya están en camino.

En todo ser humano hay algo divino; dejen que crezca, que invada todo su ser, alimenten este crecimiento divino con toda clase acciones positivas y se manifiéstenlo con actitudes, acciones y palabras, de tal manera, “que viendo las gentes sus buenas obras, glorifiquen al Padre que está en los cielos”.

Que se descubra, que aparezcan en mí y en ustedes la verdad, la justicia, la fidelidad en todo, la alegría en su trabajo, la solidaridad con el necesitado, la compresión, tolerancia hacia el que no piensa o actúa como yo y convirtámonos en ministros de reconciliación. Somos divinos; manifestémoslo con toda obra recta, limpia, honesta.

En esta semana pasada traté de llevar consuelo a una enferma de cáncer, de espíritu de trabajo a un estudiante perezoso, intenté reconciliar a hermanos distanciados, promoví entre esposos la fidelidad mutua y animé a quién abundaba en bienes materiales a la solidaridad con el necesitado… Trabajo sencillo que ustedes pueden realizar y será expresión de lo bueno, lo santo, e lo noble, de lo divino que hay en ustedes.

Fray Pablo o.p. 4 de marzo 2023